Cerca del Abismo

A quiénes corresponda:

Antes que nada quiero decir que lo que leerán a continuación no es para alarmarse, aún no es mi carta de suicidio, por el contrario creo que es la forma más bella de demostrarles cuán importantes son para mí, y es por ahora, el único rito que tengo para desahogarme y despejar mi alma y mis pensamientos.

Quiero comenzar citando una canción, esa que dice: “I just want to feel real love, feel the home that i live in. ‘Cause I got too much life (and love) running through my veins, going to waste. I don’t want to die, but I ain’t keen on living either. Before I fall in love I’m preparing to leave her (him).” Así me siento, este año ha sido bastante extraño, realmente se ha hecho a la tarea de golpearme, alzarme y soltarme. Sé que todos tenemos nuestros problemas, ninguno por encima del otro, pero eso sí, todos son diferentes, con diferentes circunstancias y grados de dolor, pero problemas al fin.

Espero no ser incómodo o jarto con estas letras. Realmente deseo de todo corazón que sus vidas estén estables dentro de lo que cabe y ya conocemos, luchen por favor cada día por construirse, por edificarse, solos y en compañía, no se desenamoren de ustedes mismos, yo ya lo hice y es una gonorrea. Recientemente he tenido demasiado sentimentalismo latente en mi respirar, en mi caminar y en mi pensar, lo odio, lo detesto, me hace sentir inútil, me hace sentir vivo y a la vez que estoy muriendo. Voy caminando muy tranquilo y de repente me invaden unas infinitas ganas de llorar, de gritar. La capacidad de asombro se me ha triplicado. Recuerdo que estando en la ciudad de Pasto, al ver un desfile autóctono comencé a llorar sin más, fue algo verdaderamente ridículo.

Mi psicóloga y yo hemos llegado a la conclusión de que hay cosas que buscar dentro de mí, cosas a lo mejor que sanar o corregir. Quién sabe. Lo cierto es, mis queridos, que mi autoestima está herida, bastante herida, ha existido en mi la absurda idea de creer que uno muchas veces no es lo suficientemente bueno para alguien, a todo eso se le junta mi afectividad, yo el más ogro de todos, al que ven seguro de sus decisiones y de sus cosas, paradójicamente temo, mi seguridad no es tan así, no lo es, es una fachada, Me doy cuenta de ello mientras corro por este puente casi destruido por el mucho tiempo después de su construcción, la madera que aún sigue sólida y que piso sin cautela alguna, desprende un olor a vejez, a esos años de los hebreos cánticos, los hebreos misterios. Se han ido mis pensamientos inocentes, al igual que la suavidad de mi piel, se ha ido mi deseo por jugar con los carros en la arena y hasta con las muñecas en el encierro de mi habitación, se ha ido la virginidad de mi mirada, se escapó toda mi marcha, toda mi generación, toda mi devoción, toda mi oración, toda mi vida.  No sé quién me recompensará todos estos años perdidos inundados en mares de llanto, no sé cómo reconquistar esta vida que desde hace algunos ayeres comencé a dejar ir al alcantarillado, no sé si toda esta destrucción tanto de exterior como de intimidad será solamente un breve pasaje, no sé si desee saber más malas nuevas que es de lo único que ha estado rebosada mi biografía. No he sabido nada real, de valor, no sé si este estado de pudrición se canjeará, no sé si algún día deje de pretender que todo pasará, que lo malo se permutará, y que la luz que se mantiene ausente, por alguno de esos milagros que no sé si verdaderamente existan, reaparecerá.

Algo tengo claro, haberlo dejado a él fue la mejor decisión que pude tomar o eso creo, sin embargo está en mí la necesidad de algo intenso, bello y bonito, de compartir y crecer junto a alguien, supongo que son etapas, al tener esa necesidad mi corazón se contamina y se raya con muchos pensamientos e incluso personas.

Académicamente me ha ido bien, he estado estable, con algunas sorpresas, pero bien al fin, sin embargo eso no basta, ni bastará, no es suficiente tener el trabajo de tus sueños, o la estabilidad económica que querías, o por la que te preocupabas, lo que basta son los lazos, de afectividad, de cariño, de compañía, el resto es adorno, es plástico y superficialidad.  Creo que he expresado cosas que no tenía pensado expresar ni compartir, pero sí están escritas aquí por algo ha de ser. Quedan muchas cosas por compartir, pero a lo mejor en otras letras serán.

Me despediré con el fragmento final de la canción inicial: “There is a hole in my soul. You can see it in my face,  it’s a real big place.”

Att:

XXXX XXXXX XXXX

Sin Rencores

Luisa:

Quisiera empezar esta carta diciéndote que no estoy herido, que no me duele, que es el humo del cigarrillo que me hace llorar y que te deseo todo lo mejor. Pero no, no es la manera de empezar una carta. En todo caso quería contarte que el día de ayer los vi en el parque. Ramón está obeso, no sé si tu obsesión con que engordara era solo para que me pareciera más a él. Por cierto, Ramón tiene todavía el paraguas que le presté hace un par de semanas, iba a decir que me lo devolviera pero en todo caso creo que te hará falta a ti cuando él habla: no sabe mover los labios sin mantener la saliva dentro.

Pensarás que escribo esta carta con rencor, pero nada más alejado de la verdad. Yo estoy totalmente tranquilo, la vida me ha enseñado que a todos se les devuelve lo malo que hicieron. Para la muestra un botón: esta mañana sin querer le rompí las ventanas al auto de Ramón. Te digo de todo corazón que fue sin querer, verás, yo quería romperle la testa a tu nuevo novio, pero pensé en que eso podría traerme múltiples problemas. Luego recordé su nuevo Alfa Romeo, un carro bellísimo, único en su clase.  Pensé que eso sería tan reconfortante como pegarle una patada en sus caídos testículos. Creo que así fue, ya que me quedé un rato por el lugar (algo bastante idiota y arriesgado lo sé), y me sentí casi que complacido al ver aquel elefante vociferar y casi llorar al ver su deportivo con mis daños. Dirás que fui excesivo y que Ramón nada tenía que ver, y tienes toda la razón, luego me sentí algo mal y recordé que la culpa era casi exclusivamente tuya. Entonces hice lo que todo hombre sensato haría. No, no me conseguí una jovencita, tampoco dañé tus pocas pertenencias que quedaban en la casa, mucho menos hablé mal de ti, simplemente lo acepté y me fui.  Dejando los rencores de lado Luisa, espero que tengas una buena vida, espero que no me busques nunca más. No me escribas, cambié de correo, de número celular y cerré mis redes sociales. No vayas al apartamento  porque lo vendí (sin querer se valorizó en el último año y me pagaron cuatro veces más de lo que costó). Ahora vivo lejos hasta de mi conciencia y de tu recuerdo.

Pd. Fui yo quien rompió el vidrio de tu cuarto y de Ramón para sacar los dos libros que me robaste, espero no te importe.

Att…

A un Metro del orgullo

Imagen tomada de: https://bit.ly/3a7uWXi

Hace unos cuantos días se desató una polémica en redes sociales, un tuitero se atrevió a realizar una crítica a la infraestructura nacional, poniendo como referencia el tesoro más preciado de los antioqueños: el Metro de Medellín. Las reacciones no se hicieron esperar, inmediatamente cientos de internautas comenzaron a criticar el tuit de Jorge Andrés Tabares, y hasta la misma página de Twitter del Metro de Medellín respondió al comentario de Jorge, donde demostraron que no comprendieron la esencia del tuit y que además, instó a sus seguidores a promover la tendencia #SpamDeFotosEnElMetro, y sí, muy bonita la tendencia, las fotos muy bellas, pero reflexionemos sobre la crítica que se hace. No nos quedemos con el sensacionalismo y el orgullo chimbo de ser la única ciudad del país con tener un medio de transporte “medio” decente.

Lo cierto, es que tanto el comunicador encargado de las redes sociales del metro y muchos internautas, sacaron de contexto el tuit y la crítica, ya que es evidentemente y cualquier persona que se dedique a estudiar el lenguaje, entendería que la crítica del tuitero estaba encaminada a la infraestructura nacional (no al Metro), pues como él mismo relata, en 20 años no han podido construir otro sistema de transporte equiparable en Colombia, demostrando el gran retraso que se tiene en la infraestructura nacional.

La polémica desatada y las mal interpretaciones hechas, demuestran nuevamente que el orgullo que sienten (y tienen) algunos paisas por su sistema de transporte, está basado en la plasticidad y en la ceguera, pues este les rememora esa supuesta “cultura paisa” basada en la pujanza, “verraquera” y espíritu emprendedor, que no es más que caer en la falacia de la “raza paisa”, la cual no existe y que de no ser por el Gobierno Nacional de la época (1980) y sus aprobaciones, el metro no habría sido posible. Es importante reconocer que el Metro de Medellín es vital para la movilidad de la ciudad y que no es posible imaginar a Medellín sin su sistema de transporte por las facilidades que le brinda a quienes lo usan, pero hay que corregir esos sentimientos absurdos de exclusividad, por ser tristemente la única ciudad del país en tener Metro, y el de ser insuperables, por eso de que en Medellín cada vez hay más obras, se invierte constantemente en el metro y avanza a grandes pasos. Diría yo, que tan mencionado orgullo no tiene fundamento de comparación al referirnos a otras ciudades del país, pues en Colombia no hay otro sistema de transporte igual con el cual compararse y poder decir que realmente el Metro de Medellín es el mejor, y con esto respondo a esas discusiones ridículas de redes sociales donde Medellín es la Gran ciudad de Colombia. Resulta frustrante que esta ciudad no sea capaz de autocriticarse y reflexionarse y peor, que vea la crítica como algo negativo, ejemplo de ello, el comentario de Jorge en Twitter y sus respuestas, ya que es evidente que la Empresa de Transporte Masivo del Valle de Aburrá. Metro de Medellín LTDA no se puede criticar y que resulta bastante sensible para nosotros los antioqueños, así funcione bien o funcione mal.

No medellinenses, tener un metro (y sus complementarios) no es un privilegio y no habla de la verraquera de estas tierras ni dice nada sobre la mentira infundada de que somos una raza. Prestarle un sistema de movilidad a los ciudadanos es una obligación política y de Estado, similar al servicio de recolección de basuras, un aceptable estado de las calles, alta calidad de aire o parques recreativos, entre muchos otros servicios. La responsabilidad de ofrecer movilidad eficiente es un deber y le corresponde enteramente al estado y a las administraciones locales establecer planes que mejoren constantemente la forma en la que los habitantes del país se movilizan.

Colombia, entre muchas otras cosas ocupa la cuarta economía de América latina y no ha podido saldar su deuda en infraestructura nacional debido a la corrupción presente hasta en sus mismos ciudadanos. El Metro de Bogotá es una deuda gigantesca, no para esa ciudad, si no para el país entero; y me atreveré a ir más allá, ya es hora de ir pensando en el Metro de Cali y en sistemas de transporte multimodal en muchas otras ciudades del país (Tranvías y Cabinas Aéreas o Metro Cables), además de establecer las conexiones viales y ferroviarias para el progreso del país, y no, no es un simple lujo, es una necesidad y una deuda de la clase política dirigente.  

En el año 2006, en Venezuela, en pleno gobierno socialista se inauguraron tres sistemas de metro en ciudades mucho más pequeñas que Bogotá y Cali, ¿y en la Colombia capitalista? México cuenta con otros tres sistemas. Ciudades con muchos millones menos de habitantes como Santo Domingo (República Dominicana), o San Juan (Puerto Rico), cuentan con sistemas de metro. En Ecuador ya se adelantan construcciones del Metro de Quito y del tranvía de Cuenca, una ciudad con apenas unos 400.000 habitantes.

Es importante entonces reflexionar sobre movilidad y dejar de pensar en el transporte público como un servicio privado en el cual el Estado tiene poca injerencia. Actualmente en nuestras ciudades la movilidad es fundamental para el desarrollo de la población, además de ser parte importante en la economía del país, pues permite a los ciudadanos llegar a sus lugares de trabajo, asistir a eventos culturales, educarse y acceder a los bienes y servicios a los cuales tenemos derecho por el pago de nuestros impuestos. Insto a que exijamos la construcción de sistemas de transporte eficientes. Estos sistemas no son un regalo, son un deber, la movilidad y los sistemas de transporte son un derecho, el cual el Estado debe brindarle a todos los habitantes de Colombia. E invito a que seamos capaces autocriticarnos y de no perder la cabeza cuando nos obligan a reflexionar sobre algo que es evidente pero que nuestro ceguedad no nos permite ver.   

Una noche trangresora

El pasado 24 de noviembre se celebró el cierre del Kuir Bogotá, el festival de arte y cine pensado para la comunidad queer. Fue un cierre muy variado, con música, artistas, una feria y cultura, todo con un toque underground y transgresor. Princesas barbadas, punks, feministas, activistas, animales fantásticos y mucho más fue lo que dejó esta noche.

 

Atravesando Túneles

 Imagen de Kasuma en Pexels.com

Durante el transcurso natural de nuestras vidas, nos es muy difícil concebirnos como personas imperfectas, con problemas y cosas por mejorar, como personas etéreas que vienen y que van. Dentro de esa negación de nosotros mismos existe un deseo de, o bien confundirnos en el gentío que nos rodea y pasar desapercibidos, o de ser aceptados y exaltados por nuestras cualidades. Sin embargo, llegado el momento de enfrentarnos con la realidad aparece una bestia que puede dominar nuestros pensamientos e incluso la forma como nos relacionamos con el mundo: la inseguridad.

El gran problema que trae la inseguridad es que nunca viene sola, siempre la acompañan la ansiedad, la angustia, el temor, y entre todas se encargan de hacernos la vida imposible, usando un método tan efectivo como molesto. Su tarea es ir acortando el mundo en el que vivimos, de limitar la percepción que tenemos de nosotros mismos, llegando a reducirnos hasta la más mínima expresión, haciéndonos sentir que estamos viviendo en una caja de fósforos. En ese momento, cuando nos sentimos tan minúsculos y tan insignificantes, es cuando empiezan a surgir las dudas en nosotros mismos, el temor empieza a hacer su trabajo: “Eso no lo podrás hacer”, “No lograrás salir de ésta”, “Es mejor no intentarlo, solo harás el ridículo”, “No eres nada comparado a esta otra persona”, “¿Qué pensarán los demás?, “¿Y si no les gusta lo que hago?”.

Si por algún motivo surge la voluntad de combatir los temores que nos aquejan llega un segundo horror a atajarnos, la ansiedad. Me gusta definirla como la “tercera ley de Newton emocional”, ya que no importa cuantas ganas se tengan en iniciar una tarea o un proyecto, la ansiedad hará que exista una fuerza opuesta para impedirlo. Este estado es un aluvión de pensamientos de todo tipo, son preguntas que llegan y se van, sin siquiera darnos tiempo de procesarlas, es la expulsión de miedos reprimidos y el surgimiento de otros nuevos; Y al final, nos encontramos encerrados dentro de nosotros mismos, toda nuestra vida se resume en una frase de Sábato: “(…) En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida.”

Uno de los miedos más grandes que puede tener una persona que se encuentra sufriendo un problema consigo misma, es el miedo al estancamiento: es ver como el mundo cambia a cada paso, como las personas y las situaciones fluyen mientras uno se encuentra inmóvil frente a la vida, sin poder avanzar ni retroceder. Se tiene la certeza de que no se puede volver al pasado, como también el temor necesario para no poder caminar hacia el futuro. En muchas ocasiones este miedo puede convertirse en una motivación para seguir luchando, o al menos para comenzar a hacerlo.

Luchar, básicamente es tratar de solucionarnos a nosotros mismos, es el proceso constante de construirnos, de cuestionarnos y de conocernos, de identificar las causas que originan las dolencias que sentimos y de aceptar las respuestas que podamos encontrar. Es darnos cuenta que por más que queramos, la solución no se encuentra en otra persona, ya que no existen ni salvadores ni redentores y todo aquello que lo parezca simplemente es un espejismo. Si nosotros no queremos o no podemos, nadie podrá por nosotros. Es una guerra en donde se ganan algunas batallas y se pierden muchas otras, en donde la clave está en persistir. Y al final del día nos volvemos como el Ícaro con las alas cubiertas de fuego, sabiendo que en la caída también se avanza, teniendo la esperanza de llegar más alto la próxima vez.

Enterrando a Stieg Larsson

Imagen tomada de: https://bit.ly/2AY5xRh

Empecemos con lo importante, para quienes no conocen esta historia. La saga Millennium está compuesta por tres libros, escritos por el periodista sueco Stieg Larsson. Larsson murió repentinamente en el 2004 luego de entregar a su editor la tercera entrega de Millennium. Luego de su muerte los libros se hicieron best sellers y volvieron al fallecido autor en un ícono de la novela negra a nivel mundial. De los tres libros se hicieron las películas suecas, que tuvieron también gran éxito. El primer libro, Los hombres que no amaban a las mujeres, nos cuenta la historia de Henrik Vanger, un viejo empresario que pierde a su sobrina sin saber nunca qué fue de ella. Extrañamente cada año en la fecha de su cumpleaños Henrik recibe una flor enmarcada, lo que lo hace pensar que ella sigue viva. Es por esto que contrata al periodista Mikael Blomkvist para que lo ayude a resolver el misterio. Pero Mikael no puede solo y contrata a Lisbeth Salander, una hacker que lo ayudará y será la heroína el resto de los libros. De este libro se hizo también la versión inglesa, protagonizada por Daniel Craig y Rooney Mara, bajo el nombre de La chica del dragón tatuado. Esta película fue sumamente fiel al libro, conservando detalles importantes de la historia, pero sobretodo haciendo real los personajes, ya que cada uno había sido escogido cuidadosamente para su papel. Hubieron dos problemas importantes con esta película, el primero que el dinero recaudado no fue lo esperado por Sony Pictures, ya que al tener un éxito tan grande en la venta de libros querían que la película fuera algo similar a Harry Potter o a Crepúsculo en taquillas. El segundo problema estaba en que el libro es sumamente visceral y violento, algo que el director David Fincher quiso conservar y llevarlo a la pantalla, es por esto que vemos como Lisbeth es abusada sexualmente y luego se venga de su violador de una manera sádica. El público que usualmente no suele ver estas escenas en pantalla grande la criticaron fuertemente, mientras los fans de alguna manera estábamos complacidos del respeto hacia el libro.

Larsson dejó la saga incompleta: eran siete libros y solo entregó tres. Como ya se habían vendido los derechos, el periodista sueco David Lagercrantz fue el encargado de continuar con la saga. Los dos últimos libros de Lagercrantz no alcanzan al autor original, porque aunque nos da a los seguidores de Larsson respuestas que estábamos esperando, el nivel literario queda muy por debajo. Es así como Sony Pictures queriendo continuar la historia inconclusa y para ahorrarse un dinero por los derechos de autor decidió saltarse los dos libros escritos por Larsson y pasar directamente a la historia continuada por Lagercrantz, llevando a la pantalla Lo que no te mata te hace más fuerte, conocida en inglés con el nombre de La chica en la telaraña.

En la mayoría de los casos se entiende que los cambios que se hacen son necesarios para que el público que no ha tenido contacto con el libro pueda entender mejor la historia, en otros casos porque los guionistas o directores consideran que no serían una parte interesante durante la película. En fin, los motivos de los cambios pueden ser muchos, pero en este caso creo que no hay motivos suficientes para los cambios que se le hicieron a la historia. Este film se aparta no solo de los libros originales sino que también se aparta del nuevo, los fans de la saga quedamos con la sensación de que lo único que quedaba eran los nombres de los personajes.

Sony hizo mal no solo al insultar a los fanáticos de esta manera, sino también porque al querer “continuar” la historia dan por hecho que el público vio la película anterior y comenten un sin fin de errores. Por ejemplo, ponen actores mucho más jóvenes de lo que son los de la película anterior, no cuentan realmente quiénes son los personajes y simplemente se les ve saltar a la acción, cosa que deja perdida a la audiencia nueva que esperaban atraer. Como había dicho el nivel literario de Largercrantz se queda corto con el de Larsson, pero es cierto que lo que pudo lograr fue seguir con la coherencia en sus personajes, cosa que la película tampoco respeta.

Puedo mencionar múltiples cosas que se apartan de la historia original y que hacen que se pierda todo el sentido de la historia. Al principio de la película vemos a dos hermanas muy unidas, cuando en el libro desde pequeñas se detestan. En la misma escena se nos muestra que el padre de ambas abusaba de ellas, cuando realmente aunque el personaje es un total cabrón, nunca les puso las manos encima a ninguna de las dos. Claire Foy es una buena actriz y eso no se niega en la película, pero Rooney Mara logró ser la encarnación viva de Lisbeth anteriormente. Lisbeth es una hacker, con un look gótico y punk, con mente fotográfica, desconectada emocionalmente porque posiblemente sufre del síndrome de Asperger, en esta película simplemente es una hacker que realmente pareciera que oprime un botón y todo está hecho, además de eso sumamente emocional. Mikael Blomkvist es uno de los periodistas más importantes de Estocolmo, apasionado por la investigación y con un ego muy fuerte, convertido ahora en un periodista que duda a la hora de escribir y que parece simplemente un personaje secundario.

Tal vez el público no está acostumbrado a historias en las que la acción no es constante, por lo cuál de manera desesperada ponen bombas, disparos y peleas para mantener la atención del público, pero lo cierto es que esta historia es interesante mucho más por su suspenso en la trama que por la acción. Es decir: nos quedamos sin historia coherente, sin personajes reales y sin saber de dónde vinieron realmente. Asistimos entonces nuevamente al funeral de Stieg Larsson, solo que esta vez lo enterraron para robarlo, para hacer de una obra tan compleja otra película de Hollywood donde lo que único que importa son las explosiones, las balas y el dinero de la taquilla.

Eternal Bohemian Rhapsody

Imagen tomada de: https://bit.ly/2z28Kyb

Narrar la historia de una banda legendaria no es nada fácil. Se necesitarían varios libros, uno tal vez por cada miembro de la banda para saber quiénes eran cuando se conocieron, cómo se conocieron y como fue que permanecieron juntos para volverse una leyenda. Pues lo primero que se hace si se quiere llevar esa historia al cine es recortarla, es decir, contar la vida de solo uno de los miembros de la banda. El trabajo de escoger en este caso era sencillo, sólo un miembro de la banda ha muerto, el mismo que compuso una de sus canciones más legendarias: “Bohemian Rhapsody”, el miembro de la banda que era homosexual, y un artista extrovertido como pocos en el escenario, la voz principal: Freddie Mercury.

A pesar de centrarse en Mercury, resulta difícil también contar su historia en solo dos horas, ya que no era un personaje simple. Su talento, sus performance, su sexualidad y su modo de vida una vez alcanzó el éxito hicieron de su vida difícil de contar en poco tiempo. Es por esto que la película “Bohemian Rhapsody” es el tributo perfecto para Freddie. La película nos muestra los momentos tal vez más importantes en su vida y en los de la banda (con uno que otro cambio en la cronología o en los hechos como en cualquier film), además de potenciar nuevamente su música, que aunque nunca ha pasado de moda puede ser realmente el fin de la película.

Bryan Singer (X-Men: Apocalypse – 2016, SuperMan Returns 2006) hace uno de sus mejores trabajos, en especial en los detalles y ambientaciones de los lugares, lo que da como resultado escenas casi idénticas a las originales. Los actores son similares físicamente a los personajes reales y hacen un buen playback, la banda sonora (no solo es Queen durante toda la película) en los momentos precisos, así como el uso de el sonido original de la banda en vivo contribuyen a la “realidad” de la historia que quiere transmitir. Es también la final salida de Rami Malek como un actor de peso, ya que aunque venía protagonizando la serie Mr. Robot, es en esta película cuando desarrolla todo su potencial, casi que logra hacernos creer que es Mercury aunque no tenga su misma masa corporal, pero él lo cree y nos lo hace creer a nosotros.

Muchos de los críticos en este momento resaltan los errores en la cronología de la película, pero como dije antes no es sencillo contar la historia en solo dos horas. Vale la pena realmente ir a verla por intentar conocer de alguna manera la historia de la leyenda y de una de las bandas más emblemáticas de Londres, por sentir de alguna manera la emoción de su presentación en el concierto Live Aid de 1985, por sentir dolor nuevamente al conocer la enfermedad de Freddie, por saber que hasta sus últimos días estuvo luchando, pero sobre todo por lo que es conocido Queen: por su música.

A la mierda los hijos

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Tengo una hija y un hijo biológicos, una hija putativa, al menos tres ahijados, cientos de estudiantes, con muchos de los cuales aún estoy en contacto y muchos amigos, amigas y amigues jóvenes, en especial activistas, artistas, escritores y gente LGBTI. A mis 51 años tengo el privilegio de tener una buena interlocución con mucha gente joven.

Uno de los elementos comunes de todos estos jóvenes es que la mayoría han decidido que no van a tener hijos. Antes de tener mis hijos nunca me pregunté si quería o no tenerlos, si tenía que hacerlo. Crecí pensando que era algo tan natural que nunca me lo cuestioné.

“El miedo de la impotencia dura hasta que llega el susto del aborto”, me dijo un amigo cuando le conté que mi novia tenía un retraso. Creo que fue la primera vez que pensé en serio en la posibilidad de ser padre.

“Hay que hacer un análisis costo beneficio”, me dijo otro amigo, mucho tiempo después, cuando mi compañera y yo habíamos decidido tener un bebé.

Mi amigo y su pareja tenían una niña que ya iba a cumplir su primer año. Me hizo una larga lista de las cosas que iba perder por tener un hijo. No poder ir a cine cada vez que quisiera era una de las más dolorosas, tener que cambiar mis patrones de sueño y estar listo a levantarme en cualquier momento de la noche era una de las más retadoras, tal vez nunca lo logré del todo; pero la lista era mucho más larga, larguísima. Trabajar para comprar todo lo que un hijo necesita, por al menos 20 años, vivir preocupado por lo que hace, comer lo que les gusta a los hijos, pero al tiempo cambiar los hábitos para que aprendan a comer mejor que uno. Y más, mucho más, buena parte de la vida de uno (por no decir toda) se centra en darle a los hijos lo que necesitan o lo que uno cree que necesitan. Y ahora, viéndolo en perspectiva, me doy cuenta de que mi amigo se quedó corto.

La lista de lo que se gana al tener un hijo era mucho más corta, cortiquita. Qué le digan a uno papá, sonrisas, abrazos, garabatos, no mucho más.

“Pero valdrá la pena”, dijo mi amigo con una amplia sonrisa. También se quedó corto. Claro que ha valido la pena, tener hijos es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.

Y no es que haya sido fácil. La zozobra de tener un bebé enfermo es abrumadora, no sé si es peor cuando llora todo el tiempo o cuando se queda quieto y callado por horas, ni siquiera es capaz de explicar qué le duele o cómo se siente, es desesperante. Claro que cuando crecen un poco, la cosa se pone peor. La angustia de saber que a mi hijo lo atracaron, o llegar al hospital con mi hija desmayada por una intoxicación etílica, o saber que a mi hijo lo golpearon en una riña en un bar. Y lo peor, descubrir que han llegado esas etapas en las que no quieren saber de uno, en las que ellos sienten que me odian, se avergüenzan de su padre, de sus ideas, de sus gustos, de sus procesos.

Con todo eso, valió la pena, no me arrepiento ni por un instante de tener mis hijos. Me han dado razones para vivir los últimos 27 años, me han enseñado tanto.

Definitivamente, lo más importante entre tantas cosas que he aprendido con mis hijos es aprender a amar. A amar de verdad. A amar sin esperar nada a cambio, a amar por amar, sin justificación, sin intereses adicionales.

Aprendí a amar a mis hijos para que sean libres, para que sean lo que ellos quieran, para que sean felices. Tengo clarísimo que mis hijos no son una inversión, ni un proyecto del que yo personalmente vaya a sacar algo. Todo lo que hago por ellos es para ellos y no necesito ninguna retribución.

Por eso mismo aprendí que mi vida depende únicamente de mí, que soy responsable de mi futuro, de mis metas. No en una lógica de “sálvese quién pueda”, sino en una profunda comprensión de la solidaridad.

Durante los peores momentos de mi cáncer, que me diagnosticaron a comienzos de este año, mi hija se convirtió en mi “adulto responsable” y si no fuera por su gestión probablemente yo no estaría con vida; pero así como ha tenido el cariño de estar conmigo en los momentos más duros, tiene la fortaleza y la claridad para decirme las cosas sin censura cuando no está de acuerdo con lo que hago, que es muy frecuentemente.

“Ese error que tú cometiste, no lo voy a repetir yo”, fustiga la hija a una de mis amigas. “Con lo que gastas en mí podrías viajar, tener mejor ropa, hacer muchas cosas chéveres. Tener hijos es un pésimo negocio”.

Y es completamente cierto.  Si lo que uno quiere es hacerse millonario no puede dedicarse a tener hijos y si los tiene, no puede dedicarse a ellos. Pagará porque alguien más los cuide, los críe, los eduque. De hecho, los libros, cursos y manuales de exitismo siempre recuerdan que uno no puede andar perdiendo el valioso tiempo que debería dedicar a hacer plata en cosas como cultivar flores, escribir poemas o cuidar los hijos.

Los hijos son un pésimo negocio, porque no son un negocio. Los hijos son familia, son trascendencia, son amor. Dejar de tenerlos por lo que cuestan es simplemente una disculpa, burdamente disfrazada de economicismo, a una profunda mezquindad.

“El planeta está súper poblado, es irresponsable tener hijos” dice, no sin razón, alguno de mis jóvenes amigos. Es cierto que la población mundial ha crecido de una manera exponencial, principalmente en las últimas décadas. Las personas que han nacido desde la época en que tuve a mis hijos, en los noventas, hasta hoy, son tantas como toda la humanidad un siglo antes.

“La huella ambiental siempre es más alta cuando se tienen hijos”, refuerza otro joven. Eso depende, pienso yo. Si abstenerse de tener hijos implica fomentar los hogares de una sola persona con más comodidades, mejor espacio y más consumo, los potentes argumentos ambientales se convierten en una disculpa, que intenta tapar, de una manera más elegante, la misma idea egoísta de no querer compartir con nadie lo que se tiene. Vivir en pareja, en familia, en comunidad, compartir el espacio, el carro, el alimento, las cuentas no sólo hace que los gastos sean menores, también disminuye la huella ambiental, el impacto que cada persona tiene sobre el planeta.

“No tengo hijos, pero tengo una o varias o muchas mascotas”, me han argumentado varias personas. Y con frecuencia se han molestado porque les digo que no tiene nada que ver. Está muy bien tener mascotas, entiendo el profundo cariño que genera un animalito, creo que es un gran aporte de muchos jóvenes insistir en el respeto profundo a toda forma de vida. Pero, no creo que la relación con los animales se pueda, ni se deba humanizar. Los animales son seres sintientes, son inteligentes, son sociables, pero no son humanos, ni equivalentes en todo sentido a nosotros. Eso no quiere decir que los humanos seamos mejores o peores, pero somos diferentes, específicos. Tenemos definitivamente cosas terribles, que se entienden como tales en la medida que somos humanos. Igual pasa con nuestras cosas más sublimes.

“Entre más conozco a los seres humanos, más quiero a mi perro” dijo algún pensador y ese profundo aforismo es ahora un meme más de la red. Una justificación de un profundo antihumanismo que desprecia a la humanidad, pero adora a yo, al individuo, como si “yo” no hiciera parte de “la gente”. Espero en otro momento profundizar en lo ilógico de las posturas que igualan a los humanos con los otros animales, pero esa es otra discusión, La forma en que tratamos a los animales es muestra de nuestra humanidad, pero nuestra capacidad de relacionarnos con otros seres humanos es la prueba definitiva.

“Porque no (o porque sí), no son razones válidas” solía repetirles yo a mis hijos. Ahora pienso qué es tal vez no tener hijos “por que no”, por que no se quiere, es una mejor razón, que los argumentos retorcidos que suelo escuchar en muchas personas. Al fin y al cabo, mi generación (o por lo menos yo) tuvimos hijos “porque sí”, porque nunca llegó a cuestionárselo, porque nunca sintió que fuera una opción o un derecho. Es maravilloso que los jóvenes hoy puedan entenderlo así, como un derecho.

Esos argumentos me recuerdan la pobreza argumental y sentimental en la que están algunas adolescentes que se embarazan a temprana edad. Algunas porque quieren ser reconocidas como grandes, como independientes, otras porque quieren tener alguien que les quiera y una más porque creen que así conseguirán un marido.

A pesar que llevamos décadas en que el discurso de la planeación familiar y la paternidad/maternidad responsable, la mayor parte de los seres humanos somos consecuencia de una situación fortuita de un accidente.

Decidir tener o no hijos debería ser una decisión intencionada, que busque lo mejor para uno, para la humanidad, para su comunidad, más allá de las razones del egoísmo y la mezquindad, por encima de los discursos políticamente correctos que esconden el miedo a enfrentar el amor y el desafío de la vida, la vida en lo real y no en abstracto.

Tal vez el miedo a que los jóvenes no tengan hijos me dure hasta que tenga que enfrentar el susto de ser abuelo. Tal vez en mi propia mezquindad tampoco quiera sentirme un anciano, un abuelito. Pero creo que es importante dar este debate más allá de las poses intelectuales y las justificaciones superfluas.

El óceano en una tina

Imagen tomada de: https://bit.ly/2PFFl6c

“Ojalá la vida pudiera ser más como las telenovelas, entonces, siempre que las cosas se pusieran dramáticas tú podrías desaparecer la imagen y retomar las cosas de nuevo más tarde” — Fundido a negro. Ésta es una de las secuencias que describe el estilo cómico dramático que imprime Richard Ayoade, en su debut como director, en la película inglesa de coproducción estadounidense “Submarine”, basada en la novela homónima de Joe Dunthorne.

La historia cuenta la vida de Oliver Tate (Craig Roberts), un adolescente de 15 años en los años 80’s que como la mayoría a esta edad se encuentra en una búsqueda desesperada de su identidad personal. Oliver comienza una relación amorosa con Jordana Bevans (Yasmin Paige), una chica de su escuela a través de la cual pretende conseguir aceptación pública y perder la virginidad. Las personalidades opuestas de esta pareja comienzan a converger en un amor cómplice que crece a una velocidad más apresurada de lo que lo hacen sus inocentes protagonistas, quienes deben vivir su amor en medio de una crisis que afecta a cada una de sus familias.

El inmaduro e inexperto Oliver deberá encontrar la forma de evitar la disolución del matrimonio de sus padres sin perder en el camino a Jordana, que se enfrenta a la grave enfermedad de su madre. Desde los movimientos de cámara que reafirman la sensación de omnipresencia con la que Oliver narra su perspectiva de la vida, hasta el montaje acompasado entre las voces de los personajes y la música de los Arctick Monkeys, que por momentos revela la influencia del videoclip que posee su director, crean una producción audiovisual que transforma un tema tan común en una película con mirada surrealista de un antihéroe que se enfrenta a la lucha a la que nos enfrentamos todos, vivir en lo común de forma extraordinaria siendo capaces de seleccionar los daños colaterales de crecer. Este es quizás uno de los elementos argumentativos más interesantes de esta obra, un protagonista que dentro sus rarezas no deja de lado todo aquello que nos hace tan imperfectos, tan humanos. El director se encarga desde el guion de que la caracterización encarne personajes egoístas, mezquinos, débiles e hipócritas con la misma capacidad de amar como de odiar.

“I suppose it won’t matter when I’m 38, but I’m upset about it”

Oliver Tate

No se puede demeritar la apuesta arriesgada que se juega el filme frente a un público mayoritario que busca en cada visualización encontrar la empatía directa con el protagonista o al menos conservar la ilusión de realidad con la que sin titubear Ayoade rompe, dejando que sus personajes miren a cámara, pero sobretodo concibiendo un montaje que no tiene ningún reparo en yuxtaponerse para fracturar la sensación cómoda de temporalidad y objetividad. Con todo esto no es de sorprender que la película haya recibido premios a mejor guion en el Festival de Cine Independiente Británico y un NME (New Musical Express) a mejor película, y es que es innegable la brillantez que ha logrado transmitir Ayoade en su primer filme, que sin miras a la pretensión logra cautivar de una forma poco acostumbrada con una estética alternativa un guion que al final se siente como una brisa marítima innovadora en un mar de historias adolescentes melodramáticas y hostigantes.

Sofía Quintero Rodríguez

Insomnio

 

Imagen tomada de https://bit.ly/2Aqfmr4

No puedo dormir y pienso en la homosexualidad.

Pienso en que crecí con Laisa como referente de diversidad cuando me insultaron con su nombre. Y recuerdo cómo sorprendía y a la vez cómo se daba en confidencia un dato y las personas (mis compañeros, mis tías, alguien en una tienda, etcétera) decían:

— Y no actúa. En la vida real es así.

— ¿En serio?

— Sí.

Mucho después, recuerdo emocionarme con una telenovela sobre una estafa a un gringo en la que había una pareja de hombres con cuerpos tentadores al tacto.

No más.

Un Max Steel sin ropa.

Harry sonriéndole al capitán del equipo de quiddich.

La única escena de sexo en Inframundo (2003). Pieles y fragmentos de cuerpos enemigos, antinaturales, pactos antiguos rotos, rozándose, iluminados por el fuego de una chimenea.

Pienso que sufrí cuando corrieron gritándome Laisa y me quedé quieto. Ahora me da vergüenza. Ahora admiro la visibilidad que tuvo, que permeara en nuestra cultura hasta llamarme a mí así por tener el pelo largo, en el pasto, en el recreo, hace años.

Pienso que me sorprendí ocultando el Max Steel heredado. Guardando su secreto para mí.

Recuerdo querer salir corriendo y perderme en los montes de mi casa muchas veces. Imaginando que comía frutas y solo viajaba de noche.

Todo sigue allí después de los años y ni siquiera tengo muchos.

Ahora puedo besar a otro muchacho en la calle o darle la mano, y lo hago a veces con orgullo. Otras sin que me importe nada, simplemente.

Ahora puedo contarle a mi hermano cuando alguien me lastima.

Aunque el Max Steel sigue perdido, desnudo.

Aunque los insultos brillan en la memoria.

Aunque me han chiflado por las calles, hecho zancadillas.

Aunque me he ido dando cuenta que el enamoramiento no era la salvación o la utopía.

Aunque ahora recojo flores que luego pierdo.

Ya no lloro solo por mí.

Ya no grito solo por mí.

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